martes, 9 de octubre de 2012

La torre del Pedernal




            A un lado del antiguo camino a Tarazona, sobre un pequeño altozano, se encuentran los restos de una fortificación que es conocida con el nombre de “Torre del Pedernal”.





            Junto a muros más modernos, destacan unos lienzos de grandes sillares que denotan el antiguo origen de este arruinado edificio que, el 17 de abril de 2006, fue declarado Bien de Interés Cultural, en la categoría de Zona Arqueológica.





            Según el arqueólogo D. Isidro Aguilera, se trata de una antigua fortificación romana, construida en la segunda mitad del siglo III d. C. en unos momentos de especial inseguridad en el Imperio romano, sumido en la anarquía durante unos años en los que muchas ciudades se vieron gravemente afectadas.



 

            La antigua Bursau celtibérica se había convertido en una próspera ciudad romana que, en el transcurso de su historia, se fue extendiendo desde el cerro de la Corona hasta alcanzar zonas tan alejadas como la actual plaza de San Francisco. Precisamente, para proteger ese sector se levantó la pequeña fortaleza.





            De la construcción original se conserva un lienzo de opus cuadratum, de unos 15 metros de longitud y 4 de altura que está formado por dos muros de sillares muy grandes entre los que existe un núcleo de opus caementicium de 50 cm.







            Los sillares, aceptablemente escuadrados y lisos, son de materiales muy diversos. Los hay de piedra caliza, otros son de yeso y algunos de piedra arcillosa.







            A los pies de la torre se realizaron excavaciones hace algunos, apareciendo una vivienda romana con mosaicos en algunas de sus estancias y decoración pintada en sus paredes. Además de demostrar la importancia de la ciudad en aquellos momentos, el dato más interesante que ofrecieron fue la constatación de que esa zona fue abandonada en una nueva etapa de inseguridad, al final del Imperio, cuando la población volvió a ubicarse a los altos de la Corona. Esa es la razón por la que no aparecieron útiles y enseres, ya que al tratarse de un repliegue ordenado, pudieron llevarse los objetos de valor, lo que no ocurre cuando la ciudad es destruida violentamente. En la actualidad, las excavaciones están abandonadas dentro del recinto vallado que adquirió el Gobierno de Aragón.





            No sabemos si la torre fue utilizada durante época islámica. Es probable que siguiera desempeñando algún cometido militar, pues tras la Reconquista pasó a ser la casa solariega de la familia del Arco, una de las más antiguas de Borja, según la tradición, aunque se extinguió en el siglo XVII. A ella pertenecieron destacados personajes a los que tendremos que referirnos en alguna ocasión. En sus armas aparece el arco y la saeta que, hasta hace muy poco, podíamos ver en un azulejo de la ermita del Sepulcro que, ahora, se conserva en Santa María.




            En el interior de la torre se construyó, en fecha indeterminada, un edificio que subsistió hasta mediados del siglo XX. En esta fotografía se aprecia muy bien su emplazamiento y la limitada extensión que tenía, en aquellos momentos, el casco urbano por este sector.



            Este era el aspecto de la casa por su parte anterior, donde se encontraba la puerta de acceso. Constaba de dos alas, la de la derecha se apoya en el antiguo muro romano, mientras que la otra, con la que formaba ángulo, lo hacía sobre un muro posterior.





            Esta era la visión desde otro ángulo en el que se aprecia, también, el muro que rodeaba al conjunto.






            Desde este ángulo fue pintada por dos artistas destacados. La fotografía superior corresponde a la visión de D. Baltasar González, mientras que la inferior es la de D. Juan Ángel Gómez Alarcón que, es posible, aunque no está comprobado, que llegaran a pintar juntos.







            Esto es lo que queda de un edificio de tanta importancia histórica y arqueológica. Uno muros degradados y el interior del recinto abandonado.






            Aún se advierte el acceso a una de las antiguas bodegas o los restos de un silo cerámico que pudo servir para guardar el grano.






            Terminamos con estas fotografías que, como todas las correspondientes al estado actual del monumento, han sido realizadas, con su acierto habitual, por Enrique Lacleta.

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