miércoles, 31 de octubre de 2012

Tomás Martínez Galindo, un jurista borjano del siglo XVIII



            Esta es la obra que publicó en Sevilla, en 1715, un ilustre jurista borjano, D. Tomás Martínez Galindo, lo que proclamaba en la propia portada de su libro, al señalar su condición de “Aragonum Jurisconsulto Burgiensi”.
            En nuestra ciudad había nacido el 19 de diciembre de 1671, siendo bautizado en la colegiata de Santa María. Aquí inició su formación, cursando después estudios de Filosofía y Derecho en la universidad de Zaragoza, donde se graduó como Doctor.





Tras ejercer como abogado en la capital aragonesa, en 1717 obtuvo la plaza de Fiscal en la Real Audiencia de Sevilla que entonces estaba ubicada en el actual edificio de Cajasol.





            Entre los casos en los que intervino en esa ciudad andaluza, alcanzó especial relieve el protagonizado por un sujeto llamado Francisco Delgado, natural de Arahal, de oficio barbero.





            Este individuo pasaba por ser un hombre honesto y hasta piadoso, aunque tras esa apariencia ocultaba su inclinación a apoderarse de los bienes ajenos, algo frecuente en todas las épocas. Sin embargo, sus andanzas terminaron cuando, el 3 de marzo de 1713, tras oír la Santa Misa en la capilla de Nuestra Señora de Belén de la iglesia de Clérigos Menores, se percató de que el sacerdote se había dejado las llaves en el sagrario y, aprovechando un descuido lo abrió y se llevó el copón de plata con las formas consagradas. Una vez en casa, sumió la Eucaristía, tomando las formas una a una con una tijera de su oficio y, a continuación, fundió el copón.





            Curiosamente, fue descubierto al llevarse poco después algo de mucho menos valor. La cartela del “Hic est chorus” que se utiliza para señalar el turno en el canto del Oficio Divino.





            Cuando los corchetes fueron a prenderle, huyó precipitadamente y se refugió en el convento de San Francisco (derribado en 1841). De allí fue sacado por la fuerza y conducido a la cárcel real, confesó el robo del copón y otros realizados con anterioridad, como una lámpara de plata que había tomado del altar de Nuestra Señora de la Esperanza, en el mismo convento donde se refugió, algunos lienzos, una sacra y otros objetos de no excesivo valor. La intervención de los oficiales reales provocó un conflicto de competencias ya que, quienes se acogían a sagrado, quedaban protegidos de la jurisdicción civil, bajo la tutela de la eclesiástica. En este caso, a pesar de la gravedad de la acción sacrílega perpetrada por el barbero, el Juez eclesiástico luchó por defender su fuero. Pero, no contaba con la tenacidad del Fiscal de S. M. que desarmó sus argumentos y logró que Francisco Delgado fuera condenado a muerte. La ejecución se llevó a cabo en la propia plaza de San Francisco, donde fue ahorcado.





            Después le cortaron la cabeza y la colgaron de la puerta de la Macarena. La mano derecha se puso en la puerta del Arenal y la izquierda en la de Carmona. Hombres como D. Tomás Martínez Galindo harían falta en nuestros días. No obstante, alguna incomprensión debió suscitar en Sevilla porque, algún tiempo después, consiguió el traslado a Valencia, ocupando el puesto de Fiscal en la Real Chancillería de la que luego fue Oidor. En la capital del Turia contrajo matrimonio, en 1721, con Dª Margarita Clara Rojas y Sandoval. Él tenía ya 50 años y la novia era viuda, lo que pudo influir en que no tuvieran hijos.





            A pesar de la distancia, mantuvo siempre una estrecha relación con Borja, siendo quien costeó la imagen titular de la parroquia de San Miguel que hoy se conserva en el Museo de la Colegiata. En ella aparece el arcángel repartiendo mandoblazos a los demonios que aplasta bajo sus pies, algo que sería muy del gusto de este mecenas borjano.





            D. Tomás falleció en Valencia en 1736 y, al morir, dejó varias fincas para que, con el producto de su venta se construyera una ermita dedicada a la Virgen del Carmen en la Muela Alta. Llegó a enviar esta imagen que estaba destinada a ser la titular de dicha ermita.





            Sin embargo, el cabildo de la colegial se opuso a esta pretensión y consiguió del Sr. Obispo el permiso necesario para el traslado de esa fundación a Santa María y la imagen fue colocada en la capilla de San José, donde aún se venera. Menos mal que el ilustre jurista había muerto pues, en caso contrario, estamos seguros de que habría luchado por conseguir su objetivo y, en este caso, es probable que no hubiera habido puertas suficientes en nuestra ciudad para colgar las cabezas de nuestros eclesiásticos.


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