miércoles, 16 de enero de 2013

El retablo mayor de la iglesia de San Pedro Mártir de Borja I



         Ayer publicamos un artículo sobre la antigua iglesia del convento de dominicos, convertida en Audito-rio Municipal. Hoy comentaremos el retablo mayor de la misma que está dedicado a San Pedro Mártir, titular de la iglesia que, sin embargo, siempre fue conocida como “iglesia de Santo Domingo”, aprovechando las fotografías realizadas por Enrique Lacleta.
         Se trata de una obra de indudable interés cuyo autor se desconoce, por el momento. Llama la atención el que la mazonería mantenga el color de la madera ya que nunca llegó a ser terminado. En el proceso de construcción de un retablo solían intervenir, por un lado, el mazonero o carpintero que realizaba la estructura y, en casos como el que estamos comentando, un pintor que se encargaba de los lienzos que se situaban en el mismo. Posteriormente, ya instalado, se procedía al dorado y policromado de la mazonería. A veces, por motivos económicos, este proceso se demoraba o no se llegaba a realizar nunca, como sucedía aquí.




            El lienzo central está dedicado a San Pedro de Verona, el primer mártir de la orden dominica. Nacido en el seno de una familia de cátaros, en la ciudad de Verona, el 1205. Sin embargo, se educó en una escuela católica de su localidad natal y, posteriormente, cursó estudios en la universidad de Bolonia, donde atraído por la figura de Santo Domingo de Guzmán ingresó en la Orden de Predicadores a los 15 años. Su actividad apostólica fue muy intensa, destacándose en la lucha contra las herejías que habían prendido en el norte de Italia. En 1232, el papa Gregorio IX lo nombró “Inquisidor de la Fe”, estableciendo su residencia en Milán. Su labor suscitó la enemistad de algunos influyentes personajes que apoyaban a los cátaros. Dos nobles milaneses, contando con la aquiescencia de Daniele de Giussano, un obispo heterodoxo, decidieron acabar con el incómodo predicador y contrataron a un sicario, llamado Carino de Balsamo, que tendió una emboscada a San Pedro en el camino de Como a Milán, el 6 de abril de 1252. Allí le asestó un golpe en la cabeza con su machete y le atravesó el pecho con una daga. También asesinó al hermano Domingo que acompañaba al mártir. Pedro de Verona fue canonizado por Inocencio IV el 9 de marzo de 1253, cuando aún no había transcurrido un año de su muerte. Pero lo más sorprendente es que el asesino se arrepintió e ingresó en el convento dominico de Forli, donde llevó una vida de intensa piedad, hasta el punto de que, tras su muerte, fue beatificado, siendo probablemente el único caso en que alcanzan la santidad el mártir y su asesino.



            En la representación de Borja, el Santo aparece en el momento de su acceso a los cielos. Es, en definitiva, el momento de su glorificación y toda la composición está impregnada de un profundo simbolismo. En ella pueden apreciarse las heridas en la cabeza y en el pecho que recibió el santo, de las cuales brota la sangre. Un ángel porta la palma y otro le impone la corona de laurel, atributos propios de los mártires. Sin embargo, podemos advertir que, en la composición, aparecen otras tres coronas: una roja arriba, otra blanca que lleva el ángel de la palma y a la derecha aparece otro angelote con una corona de flores. Entre los atributos específicos de San Pedro Mártir figuran tres coronas de oro que representan a las virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Aquí, en lugar de ese noble metal, se optó por otra representación con el mismo simbolismo.



            Por delante del Santo, aparece una joven con los ojos vendados que representa a la Fe. Lleva en su mano derecha un cáliz del que sobresale la Sagrada Forma, una alusión a la Eucaristía, en cuya defensa se distinguió San Pedro. En su mano izquierda porta una bandera con el emblema de la Orden de Predicadores. Finalmente, en el lado izquierdo del lienzo podemos apreciar la presencia de dos ángeles con las dagas utilizadas en el martirio. 



            A ambos lados del lienzo del titular aparecen representados cuatro santos dominicos. En cada calle y en sus correspondientes tondos figuran un santo y una santa de la orden. En la de la derecha están Santa Rosa de Lima y Santo Tomás de Aquino.



            Isabel Flores de Oliva  nació en la capital del virreinato de Perú el 30 de abril de 1586. Su padre era arcabucero de la guardia del Virrey que había contraído matrimonio con Dª María de Oliva, con la que tuvo trece hijos. Isabel, que siempre fue conocida con el nombre de Rosa, se distinguió siempre por su intensa piedad que, en ocasiones, era objeto de críticas en su entorno familiar. Durante varios años residió en Quives, una localidad de la cuenca del Chillón, a la que se había trasladado el padre para explotar una concesión minera en la que fracasó. Rosa ayudó a la economía familiar realizando labores de costurera, sin olvidar sus prácticas religiosas. Hacia 1606, atraída por la figura de Santa Catalina de Siena, decidió adoptar el hábito de terciario de la orden dominica.  Los terciarios son laicos que residen en sus casas, aunque su modelo de vida se inspira en el carisma de la orden a la que pertenecen. Rosa llegó a construir una pequeña cabaña en el jardín familiar en la que se recluía a orar y hacer penitencia. Su fama de santidad se extendió por la ciudad, aunque el rechazo de la familia le obligó a trasladarse a la casa de su protector D. Gonzalo de la Maza, donde residió los últimos años de su vida. En marzo de 1617, celebró en la iglesia de Santo Domingo su místico desposorio de Cristo y, el 24 de agosto de ese mismo año, falleció a consecuencia de una hemiplejia. El sepelio constituyó toda una manifestación de duelo popular e, inmediatamente, se inició el proceso de beatificación. Se cuenta que, cuando fue elevado a la Santa Sede, el papa comentó que no haría santa a una india aunque llovieran rosas. Inmediatamente, una lluvia de rosas cubrió los palacios vaticanos, ante la sorpresa de todos. Fue elevada a los altares en 1673, siendo la primera santa nacida en el Nuevo Mundo. En la actualidad es patrona de América, de Perú y de las Filipinas. Su fiesta se celebra el 30 de agosto.
            En el lienzo que estamos comentando está representada con hábito dominico y lleva en sus brazos al Niño Jesús, uno de sus atributos personales, junto con las rosas que llevan en sus manos la Santa y el propio Niño.



          (Nota aclaratoria: El comentario que aparece a continuación, en cursiva, sobre este santo es incorrecto, pues se trata de San Jacinto de Cracovia o de Polonia, como se aclaró en este blog, en un artículo publicado el día 18 de enero, dos días después. Lo indicamos aquí, debido a que uno de nuestros lectores nos ha vuelto a señalar el error sin haber leído, sin duda, esa otra entrada a la que hacemos referencia)
            Bajo ella aparece Santo Tomás de Aquino, uno de los grandes santos de la Orden de Predicadores. Nacido en 1225 en las proximidades de la ciudad que le da nombre, ingresó en los dominicos en 1243, venciendo la resistencia familiar. Estudió en Colonia y París, siendo discípulo de San Alberto Magno. Aunque murió a los 48 años de edad, su obra intelectual fue extraordinaria. En ella destaca la Summa Theologica que ha inspirado una de las principales corrientes del pensamiento filosófico, el tomismo. Canonizado en 1323, fue declarado “Doctor de la Iglesia” en 1567 por el Papa Pío V, otro gran santo dominico.
            La representación que aparece en este retablo no es la más característica de su iconografía. Viste hábito dominico, con estola roja. En su mano izquierda porta un ostensorio o custodia como expresión de su defensa del dogma eucarístico. Con la derecha abraza una imagen de la Virgen con el Niño, algo poco frecuente pero que, sin duda, guarda relación con el deseo de manifestar su devoción a María, en unos momentos de pugna con la orden franciscana que se había destacado en su devoción a la Inmaculada Concepción.
 
            Con el fin de no alargar demasiado este artículo, continuaremos en los próximos días analizando otros aspectos de estos lienzos cuya autoría se desconoce, por el momento, pero que es posible corresponda a Juan Zabalo, un artista zaragozano de la primera mitad del siglo XVIII, muy activo en Borja.






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