viernes, 9 de mayo de 2014

Un gran obispo que era hijo del arcediano de Tarazona y una doncella borjana


       La publicación en un reciente libro del Centro de Estudios Turiasonenses, del que también nos ocuparemos en un artículo posterior, de la sepultura del obispo D. Barbastro D. Carlos Muñoz Serrano, nos ha permitido recordar la biografía de este importante personaje, del que ya nos ocupamos en nuestro Diccionario Biográfico, por su relación con nuestra ciudad.
Porque su madre fue Damiana Martínez, una joven borjana perteneciente a una familia de hidalgos que, hacia 1532, fue seducida por un sacerdote turiasonense, llamado D. Juan Muñoz de cuya relación nació, en 1533, un niño al que pusieron el nombre de Carlos.
            El padre no era un eclesiástico de segundo rango, ya que pertenecía a una ilustre familia de Tarazona y había sido encargado por el papa Adriano VI de varias comisiones delicadas ante el emperador Carlos V, siendo nombrado posteriormente arcediano de la catedral.
           En contra del proceder de otros sacerdotes que, entonces y posteriormente, tuvieron que enfrentarse a situaciones semejantes, no abandonó al niño y decidió asumir personalmente su educación.

           Cuando cumplió los ocho años le hizo recibir la tonsura que, en aquellos momentos, representaba el primer paso dentro de la carrera clerical, quedando sometido al fueron eclesiástico. 




            A los 14 años lo mandó a la Universidad de Salamanca, la más prestigiosa de la época, para que cursara estudios de Derecho y, posteriormente, pasó a la de Huesca, donde se graduó como Doctor en Derecho Civil y Canónico, en 1558. Tres años después, fue ordenado subdiácono por el arzobispo de Zaragoza, D. Hernando de Aragón, hijo del arzobispo Alonso de Aragón y nieto bastardo de rey Fernando el Católico. D. Hernando fue promovido a la sede cesaraugustana en 1539 y su huella permanece viva en el monasterio de Veruela, pues sus armas aparecen, junto a las de su sucesor el abad Lupo Marco, en muchas de las obras emprendidas durante aquellos años.
            Quizás, influido por su propia condición, concedió las licencias oportunas para que el joven Carlos pudiera ser ordenado sacerdote, algo que le estaba vedado por el hecho de ser hijo ilegítimo. 



            En aquellos momentos ya era considerado un brillante jurista, lo que permitió desempeñar la cátedra de ambos Derechos en la Universidad de Huesca, de la que llegó a ser Rector. Pero, su carrera académica quedó interrumpida cuando, en 1565, decidió optar a la plaza de Canónigo Doctoral de la catedral de Tarazona, la cual logró al quedar en primer lugar en las oposiciones convocadas al efecto. El cargo de Canónigo Doctoral era uno de los más importantes dentro de los cabildos catedralicios y a él sólo podían optar personas expertas ya que eran los encargados de asumir la defensa de los derechos capitulares en los procesos entablados. Poco después fue nombrado Vicario General del arcedianado de Calatayud y también le fueron encomendados otros importantes cometidos dentro de la diócesis. 



            Sin embargo, su vida experimentó un nuevo giro a raíz de los problemas planteados por los protestantes en el norte de Aragón. En aquellos momentos, la herejía fuertemente implantada en el sur de Francia amenazaba con extenderse al otro lado de los Pirineos, por lo que el rey Felipe II que ya había mostrado su decidido apoyo a la causa católica en el vecino país, consideró necesario el restablecimiento de los obispados de Jaca y Barbastro para hacer frente a lo que era considerado como un peligroso contagio. 



            Atendiendo a las peticiones del monarca español, el papa San Pío V, tras vencer las reticencias de algunos miembros de la corte papal, decidió crear una comisión para que analizara detenidamente la cuestión. De ella formaron parte dos prestigiosos expertos, el arcediano de Orihuela D. Guillén Juan de Brusca y D. Carlos Muñoz Alonso. El trabajo realizado fue tan minucioso que, finalmente, el Papa decidió restablecer el 18 de junio de 1571 la diócesis de Barbastro.
            Para Felipe II, esta decisión constituyó un triunfo y, por este motivo, decidió recompensar a nuestro protagonista que acababa de ser ordenado presbítero en 1570, asignándole nuevas funciones de singular importancia, entre ellas la de Regente en el Consejo Supremo de Aragón. Finalmente, en 1595 fue presentado por el rey para el obispado de Barbastro, siendo ordenado el 24 de octubre de 1596. 



Durante su pontificado, que fue el tercero de la restablecida diócesis, destacó por su piedad y por su munificencia. Realizó numerosas obras en su catedral, destacando la terminación del retablo mayor y la sacristía.  Reformó la Universidad de Huesca y visitó numerosas localidades de su diócesis, a pesar de las enfermedades que le aquejaron durante sus últimos años que le obligaban a desplazarse en una silla de manos.
          En su labor pastoral contó con el apoyo del borjano D. Juan Carlos Alberite al que legó su espléndida biblioteca de más de 480 volúmenes de Derecho, tras su fallecimiento acaecido el 14 de marzo de 1604. En su testamento también dejó 50 libras al Hospital Sancti Spiritus de Borja.
            Sus restos recibieron sepultura en su catedral, donde el cabildo mandó poner una lápida en la que se leía: “Éste es el que erigió esta iglesia en catedral”, junto reconocimiento a un gran prelado en cuya formación resultó decisiva la labor de su padre, redimido de esta forma del pecado cometido con su madre, del que siempre se arrepintió.

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