miércoles, 15 de julio de 2015

Recuerdos de fray Julián Garcés en La Puebla de los Ángeles


            Fray Julián Garcés fue un ilustre personaje, del que ya dimos noticia en este blog, cuyo lugar de nacimiento sigue siendo objeto de controversia. Munébrega lo considera hijo de esa localidad, porque allí nació su padre Ximén Garcés, algo que no se cuestiona. Sin embargo, desde hace mucho tiempo se ha apuntado la posibilidad de que Fray Julián naciera en Borja, en 1452. A esta hipótesis se suman los historiadores de la Orden de Predicadores basándose en el hecho, perfectamente documentado, de que, en el desaparecido convento de dominicos de Zaragoza, existía un retrato suyo en el que se hacía constar “El Ilmo. y Venerable Señor Dn. Fr. Julián Garcés, natural de Borja…”.



            Ese fue el motivo por el que el Centro de Estudios Borjanos y el Ateneo de Zaragoza, con ocasión del V Centenario del Descubrimiento, le recordaron con una lápida colocada en la fachada del antiguo convento de dominicos de Borja, con el que fray Julián no tuvo relación, ya que en su época no había sido fundado.

            En las biografías de fray Julián Garcés abundan las imprecisiones y los errores, no sólo circunscritos a su origen, sino al de su trayectoria como religioso. Así, por ejemplo, aunque todavía se afirma que profesó en el convento de Calatayud, el historiador de la Orden de Predicadores P. Tomás Echarte hace tiempo que documentó que el 25 de marzo de 1487 tomó el hábito en el convento de San Esteban de Salamanca. Aunque es cierto que “tomar el hábito” y “profesar” son dos cosas distintas, lo cierto es que se tiene constancia de su permanencia en esa ciudad castellana, en cuya universidad cursó estudios, siendo alumno de Antonio de Nebrija que tuvo del joven religioso un elevado concepto. Estas cualidades influyeron para que fuera enviado a la Sorbona de París, donde completó su formación.
            En 1497, pasó al convento de Zaragoza y, en 1504, obtuvo la cátedra de Filosofía Moral de la Universidad de Valencia. Al margen de su actividad académica, destacó como brillante orador, por lo que Carlos V lo nombró predicador real. También fue confesor del obispo de Burgos, D. Juan Rodríguez de Fonseca, que ocupaba el puesto de Presidente del Consejo de Indias. Ello fue determinante para que, el 6 de septiembre de 1519, el monarca lo presentara al Papa León X para ser nombrado obispo de la “isla Carolina”.
            Las circunstancias de la propuesta para esta sede que llegaría a ser la primera creada en el continente americano son muy curiosas. En 1517 había llegado la noticia del descubrimiento de la península del Yucatán, a la que se tomó por una isla. Cuando aún no se tenía conocimiento de la llegada de Cortés a México, se decidió crear allí un obispado, dando el nombre de “Carolense”, en honor al emperador.
            La rápida sucesión de los acontecimientos y la imprecisión a la hora de fijar los límites de esa sede, aconsejaron posponer esa decisión aunque fray Julián siguió siendo considerado el candidato ideal para desempeñar ese cometido en el lugar que, más tarde, se decidiera.
            Tuvieron que pasar ocho años para que, en 1527, el Papa Clemente VII erigiera la sede de Tlaxcala, honor con el que se quiso recompensar a sus habitantes por su lealtad en la conquista del imperio mexica. En esta ocasión, Carlos V volvió a proponer el nombre de fray Julián Garcés para ser el primer obispo, a pesar de que ya contaba con una edad muy avanzada para la época. El dominico tenía más de 70 años cuando embarcó con destino a su remoto obispado, del que tomó posesión el 9 de noviembre de 1529.
            Inicialmente, ubicó su catedral en el convento que los franciscanos tenían en la ciudad de Tlaxcala y, a pesar de su edad, comenzó a desarrollar una ingente labor. Muy pronto se percató de la conveniencia de fundar una nueva ciudad, poblada por españoles.
Según una bonita leyenda, fray Julián tuvo un sueño en las vísperas de San Miguel, en el que se veía caminando en busca del lugar más adecuado para su propósito, hasta llegar a un hermoso valle, regado por tres ríos, que era iluminado por una brillante luz y sobre el que descendían los ángeles.  Al despertar, mandó buscar el paraje soñado que fue identificado con el valle de Cuetlaxcuapan.
Allí comenzó a construirse la ciudad de La Puebla de los Ángeles, que cruzan los ríos Almoloya, Alseseca y Atoyac, donde terminó siendo trasladada la sede del obispado en 1539 y confirmada el 6 de junio de 1543.




            En recuerdo de su origen, lleva en sus armas una ciudad de oro con cinco torres sobre campo de sinople y un río en azur, sostenida por dos ángeles de plata, junto con las letras H y V, que hacen referencia a Carlos V. En torno al mismo se dispone la leyenda que traducida del latín dice: “Dios ordenó a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos”. 



Los trabajos de fundación corrieron a cargo de Hernando de Saavedra, primo de Hernán Cortes y en ellos tuvo una decidida participación fray Toribio de Benavente. Según la tradición, la primera iglesia se levantó en este lugar que, actualmente, se llama “portal Juárez”, aunque ha tenido otros muchos a lo largo de su historia, entre ellos el de “portal Borja”. Este nombre no hacía referencia directa a nuestra ciudad, sino que recordaba a uno de los más importantes impresores de Puebla, Juan de Borja Infante, que llegó procedente de Cádiz y estableció allí su librería y taller de impresión en el siglo XVII.
En su nueva sede, fray Julián Garcés continuó desarrollando una ingente labor: Comenzó la construcción de la catedral, a la que colocó bajo la advocación de la Inmaculada Concepción de María; fundó el convento de dominicos el hospital de Perote y seis capellanía.  Pero ha pasado a la Historia por ser el autor de la carta que, en 1533, envió al Papa Paulo III, defendiendo los derechos de los indios. Fue un documento fundamental que influyó en el ánimo del Pontífice para que, cuatro años después, promulgara la bula Sublimis Deus, considerada la Carta Magna de los derechos de los indígenas. Por todo ello, es considerado como uno de los más grandes obispos de México y su recuerdo ha permanecido vivo hasta nuestros días.



Falleció el 7 de diciembre de 1542, como consecuencia de unas fiebres palúdicas, siendo enterrado inicialmente en el convento que había fundado. Sin embargo, el 20 de abril de 1649, siendo obispo de Puebla de los Ángeles el Beato Juan de Palafox, sus restos fueron trasladados a la catedral que había terminado de construir, donde reunió a los de todos sus predecesores en esa sede. 



La actual catedral no es la que impulsara fray Julián Garcés, sino que responde a un proyecto posterior, iniciado en 1575. Su construcción se dilató en el tiempo y no fue hasta el 18 de abril de 1649 cuando fue consagrada por el beato Juan de Palafox, antes citado, cuando aún no estaba completamente terminada. De planta rectangular y cinco naves, es un edificio de singular importancia que forma parte del conjunto monumental de la ciudad, declarado Patrimonio de la Humanidad.



            En una de las pilastras de su fachada principal que está flanqueada por dos torres, existe una lápida dedicada a fray Julián, como primer obispo de esa sede. Fue colocada en 1904, al ser erigida en archidiócesis por San Pío X.  La situada en la otra pilastra recuerda a D. Ramón Ibarra y González por ser el primer arzobispo.



No es el único recuerdo de nuestro obispo en aquel lugar, pues en la sacristía existe un curioso lienzo de la Inmaculada Concepción, titular del templo, rodeado de numerosos personajes, siendo fray Julián el representado junto a la Virgen, a la que dedicó la catedral. También se conservan sus armas en uno de los canceles del transepto.



            Anteriormente, ya hemos comentado que, con motivo de la consagración de la catedral en 1649, el beato Juan de Palafox había mandado reunir los restos de todos sus predecesores para depositarlos en el nuevo templo. Allí fueron trasladados los de fray Julián Garcés, originalmente sepultados en el convento dominico que había fundado.
            En la actualidad se encuentran en la cripta construida a comienzos del siglo XIX a la que fueron de nuevo trasladados el 14 de mayo de 1824. Se encuentra bajo el presbiterio, en el que puede admirarse el llamado “ciprés” un magnífico baldaquino presidido por la imagen en bronce de la Inmaculada, obra de Manuel Tolsá, Director de Escultura de la Academia de México.
            Desde aquí, hemos querido recordar a un ilustre prelado que pudo haber nacido en nuestra ciudad y cuya figura merece un estudio biográfico más detallado que podría aportar nuevos datos sobre sus orígenes y su trayectoria personal.

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