domingo, 5 de julio de 2015

Visita a la Feria de Oficios Perdidos de Lituénigo




            Ayer estuvimos en Lituénigo, con ocasión de la celebración de su XIV Feria de Oficios Perdidos. No conocíamos este acontecimiento y es una lástima porque, sin duda alguna, merece la pena. Fue una grata mañana en la que, al igual que numerosas personas llegadas desde diferentes lugares, pudimos recorrer los diferentes puestos instalados a lo largo de las calles y disfrutar de las muchas actividades programadas. 






            Lo primero que llama la atención en la Feria de Lituénigo es una sensación de autenticidad. No es una de esas muchas “ferias medievales” en las que “profesionales” llegados de fuera simulan, durante unas horas, un supuesto mercado de antaño. Aquí, la mayor parte de los participantes son gentes del lugar que realizan, con exquisito cuidado, trabajos que, aunque periclitados, da la impresión de que conocen muy bien. Todo ello, en un ambiente muy agradable en el que podemos encontrar rincones sorprendentes como el de la imagen superior.






            Otra característica es la de la variedad de oficios que se presentan y todos ellos “en vivo”. Creemos que es una excelente ocasión para acercarse a ellos y para que los más jóvenes los conozcan quizás por primera vez. No es fácil ver hilar con el huso y la rueca; tejer calcetines con cuatro agujas; ver la elaboración del antiguo jabón; hacer la colada en un terrizo; trabajar a las bolilleras y aderezar un colchón de lana en apenas unos metros de distancia.





            Es imposible relatar, en el corto espacio de un artículo, la amplia selección de oficios que pudimos ver. Sin embargo, hemos querido dejar constancia de la mayor parte de ellos, como el herrero, la elaboración de adobas o el cantero. 





            Los productos gastronómicos también ocupaban un lugar destacado. Desde la elaboración de mermeladas caseras hasta los ricos quesos de la zona, pasando por la cerveza artesana, en un stand donde, además de probarla, se mostraban los distintos pasos de su elaboración. 





            La elaboración de embutidos se mostraba en todas sus fases, desde el momento de capolar la carne hasta la preparación de los distintos condimentos que se les añaden. Estos productos podían ser adquiridos también en una industria artesanal que existe en la localidad, con productos de gran calidad. 





            La miel tuvo también un lugar destacado con varios puestos en los que se podía ver una colmena actual y los vasos de mimbre, recubiertos de barro, que se utilizaban antiguamente.





            Siguiendo con los oficios tradicionales, estuvieron presentes el alfarero y los cesteros que elaboraban sus productos a la vista de todos y, en algunos casos, con las cestas rebosantes de plantas aromáticas.




            Muy curioso el lugar donde se majaban los juncos y se elaboraban escobizos de brezo, retama y otros materiales, todo ello en un precioso rincón rodeado de flores.




            Pudimos ver todo preparado para la formación de una carbonera, que se llevó a cabo por la tarde, así como un molino manual de maíz que los niños pudieron accionar.






            No fue la única actividad en la que los más pequeños pudieron participar. Los vimos con el tronzador afanados en la dura tarea de cortar un tronco; montando en el burro del aguador; en los talleres de cerámica y en los juegos infantiles. Además, en el pórtico de la iglesia se había instalado una escuela de las antiguas a la que muchos de ellos acudieron vestidos con sus trajes regionales para escuchar las explicaciones del profesor.





            En uno de los extremos del recorrido había una pequeña granja con pollitos, conejos y ovejas. En otro lugar, se encontraban los caballos dispuestos para ser herrados.





            A lo largo de todo el día, varios grupos musicales recorrieron las calles de la localidad, mientras que el pregonero, con su trompeta, iba anunciando el comienzo de algunas de las actividades.




            Un día excelente en el que no faltó la recogida de la resina de pino, la siega y trilla de la mies de una parcela y la posibilidad visitar el Museo del Labrador, a la que dedicaremos un próximo comentario. En conjunto, por lo tanto, estamos ante una excelente iniciativa que, sin duda, cuenta con una perfecta organización y la colaboración de los habitantes del municipio, merced a lo cual es posible recrear estos antiguos oficios y mantenerlos vivos, aunque sólo sea en estas ocasiones.

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