viernes, 4 de septiembre de 2015

Parábola de la pequeña encina


            Esta imagen que hemos tomado del blog Natura Xilocae corresponde a la “carrasca de Fombuena” y allí es considerada todo un símbolo de este municipio zaragozano. Sin embargo, nos puede servir como ilustración para la parábola que hoy queremos relatar:

            Había una vez una localidad aragonesa, rodeada de grandes bosques de encinas y robles, cuyos habitantes se dedicaban al pastoreo y a la elaboración de carbón vegetal. Los beneficios que les proporcionaba esta última ocupación despertaron su codicia y fueron talando sus bosques hasta que no quedó rastro de los mismos. La erosión fue descarnando sus tierras y ni los ganados encontraban ya alimento. Poco a poco, sus habitantes tuvieron que emigrar y la población de antaño quedó reducida a un grupo de ancianos que no se sintieron con fuerzas para abandonar el lugar donde habían nacido. Cuando la catástrofe se había consumado, llegó allí un investigador con el propósito de estudiar el fenómeno que la había provocado y las consecuencias del mismo sobre sus habitantes. Interrogó a los ancianos, porque las encuestas sobre el terreno siempre es algo que queda muy bien en un estudio de esta naturaleza y uno de ellos le preguntó: “¿A que no sabe Ud. quien cortó el último árbol?”. Al investigador le pareció un aspecto marginal del problema y, sin embargo, ahí radica el núcleo de la cuestión. El anciano continuó diciendo: “Pues fui yo. Era casi un niño. Cuando ya todos los árboles habían caído, descubrí en lo alto de un peñasco una pequeña carrasca y le dije a mi padre y a los hombres que le acompañaban: ¡Queda un árbol! Entre todos me hicieron subir a la roca, con la ayuda de unas cuerdas, y yo a pesar de ser un muchacho, pude cortarla”. Al investigador le impresionó el orgullo con el que narraba su hazaña. No le importaba nada la desaparición de su patrimonio natural. Lo importante era “lo que la habían gozado destruyéndolo”. 




Podrá argumentarse que era su medio de vida, pero hay algo más. En muchas ocasiones, hemos podido comprobar personalmente el “gozo” que sienten nuestras gentes cortando árboles o derribando monumentos, bajo la coartada de los más variados argumentos: “¿Para qué sirven estos olivos milenarios?” y los talan para cultivar cualquier cosa, maíz por ejemplo, a pesar de que ni el terreno ni las posibilidades de riego lo hagan factible. “¡Hay que quitar el peligro!” y derriban palacios o castillos, sin considerar siquiera la posibilidad de apuntalarlos, a la espera de tiempos mejores.



            La parábola referida que, por otra parte, se basa en hechos reales, nos sirve de introducción para comentar la triste historia de uno de los ejemplos de la arquitectura popular o utilitaria, al que habíamos dedicado atención en el pasado.
            Se trataba de una venta, situada en una localidad próxima a Borja, de la que publicamos imágenes en el Boletín Informativo de este Centro, en 2009 (nº 123-124). Allí comentábamos también la curiosa leyenda de la “cruz truncada”.




            El edificio lo habíamos incluido entre los bienes a proteger de ese municipio y así lo dimos a conocer en un artículo publicado en este blog, el 12 de diciembre de 2012. Es evidente que el estado del mismo era ruinoso, pero se trataba de una de las escasas ventas que se habían conservado en nuestra comarca. Por otra parte, su importancia debió ser grande, como podía apreciarse en las dos amplias cuadras que tenía, con pesebres y amarres para más de 120 caballerías. 




            En todas estas fotografías puede apreciarse el estado en que se encontraba. Como hemos señalado, es evidente que el abandono había hecho mella en el conjunto de sus construcciones. No sabemos cuál sería la solución más adecuada para casos como el que estamos comentando, de la misma forma que, con frecuencia, nos planteamos los límites que es posible alcanzar en la protección del patrimonio.



            Sin embargo, la solución que ha sido adoptada en este caso constituye un punto sin retorno. Porque, en esta fotografía puede verse el resultado final de una actuación preventiva que, según nos comentaban, mejora la percepción del paisaje. Lo que ocurre, es que, como en el caso de la encina de nuestra parábola, han acabado con la que probablemente era la última venta. No nos atrevemos a señalar otros restos, ante el temor de que también sean objeto del mismo proceder. 

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