viernes, 13 de octubre de 2017

Cementerios militares en el entorno de Arras


         Con ocasión de nuestra reciente estancia en Arras, tuvimos la oportunidad de participar en las visitas programadas a algunos de los cementerios militares del entorno de esa ciudad, donde están sepultados los soldados caídos en los combates desarrollados en ese sector durante la I Guerra Mundial.

         Hay que tener en cuenta que esa zona fue escenario de violentos enfrentamientos entre fuerzas alemanas y aliadas durante varios meses, en el transcurso de los cuales se produjeron numerosas bajas. Conviene recordar que durante la Gran Guerra se contabilizaron en torno a diez millones de muertos, a los que hay que sumar unos ocho millones de desaparecidos, lo que da idea de su magnitud, sólo superada por la II Guerra Mundial en la que hubo más de 60 millones de muertos. En ninguno de estos dos conflictos participó España lo que nos permitió permanecer al margen de esta terrible tragedia.




         La primera necrópolis que visitamos fue el cementerio alemán de Neuville-Saint-Vaast, uno de los diez existentes en territorio francés de esa nación. Es el más importante de todos ellos, dado que allí reposan 44.833 soldados, 8.040 de los cuales no han sido identificados.





         A la entrada, presidida por una imagen de Cristo Resucitado se encuentran depositados en un nicho los libros con los nombres y grado militar de todos los enterrados allí, así como la ubicación de sus tumbas.




         Cada tumba está señalizada por una sencilla cruz metálica con los nombres de cuatro fallecidos, dos en el anverso y otros dos en reverso. Intercaladas con ellas se encuentra las lápidas con la estrella de David, correspondientes a los soldados alemanes de confesión judía.



         En el centro de ese espacio de 8 hectáreas, donde se agrupan las tumbas, se levanta un monumento con la inscripción “Ich hatt einen Kameraden (Yo tenía un camarada)”, que hace referencia al himno fúnebre, con letra del poeta Johann Ludwig Uhland (1787-1862), que sigue siendo interpretada por las actuales fuerzas alemanas.



         Si como afirmaba el Premio Nobel Albert Schweitzer “las tumbas de guerra constituyen la mejor predicación para la paz”, este cementerio constituye un elocuente ejemplo de ello, dado el respeto con el que se conservan las sepulturas de quienes, en definitiva, habían atacado al país en el que se conservan, así como por el hecho de que su cuidadoso aspecto obedece al trabajo voluntario de jóvenes alemanes que, en colaboración con otros de diferentes países realizan cada verano labores de mantenimiento.  




         Seguidamente nos trasladaron al Memorial Nacional Canadiense de Vimy, el más importante de los ocho monumentos de ese país erigidos en Europa como conmemoración a los soldados fallecidos en la I Guerra Mundial. Los terrenos fueron donados a perpetuidad a Canadá que volcó su principal esfuerzo constructivo en este lugar, próximo a Vimy, escenario de una de las más importantes batallas en las que participaron las tropas canadienses.

         Tras visitar el Centro de Interpretación y acogida accedimos al campo de batalla, cuya orografía da idea de la magnitud de los combates librados entre abril y mayo de 1917 en ese lugar, con el propósito de capturar la cresta de Vimy en los que llegó a haber 5.000 bajas diarias.





         El terreno muestra los cráteres producidos por los impactos de la artillería y está cruzado por numerosas trincheras, algunas de las cuales pueden recorrerse, ya que han sido reconstruidas con bloques de hormigón, simulando sacos terreros.




         Pero lo más impresionante es el gigantesco memorial que se alza sobre la colina y que está dedicado a los 66.000 canadienses muertos en la guerra y, de manera especial, a los 11.285 soldados cuyos cuerpos no fueron localizados.




         Los nombres de todos ellos están grabados en torno al monumento y los familiares depositan ofrendas simbólicas junto a los de sus allegados. Adoptan la forma de amapola cuyo origen parte de un poema del teniente coronel médico canadiense John McRae, titulado “En los campos de Flandes”, en el que se dice: “En los campos de Flandes las amapolas crecen entre la hilera de cruces, que marcan nuestro lecho; y en el cielo las alondras, aún cantan valientemente…”.Por eso, cada 11 de noviembre, los ciudadanos británicos recuerdan a sus soldados muertos colocándose una amapola de papel en la solapa.




         El monumento de considerable altura es obra del escultor y arquitecto canadiense Walter Seymour Allward, ganador del concurso convocado al efecto. Sus dos pilares representan a Francia y Canadá y comenzó a construirse en 1925, siendo inaugurado por Eduardo VIII el 26 de julio de 1936, en presencia del Presidente de Francia Albert Lebron y 50.000 veteranos canadienses y franceses que se dieron cita en ese lugar con sus familias.



         Frente al memorial, orientada hacia los campos de Lens se levanta la imagen de una mujer velada que representa a la joven nación que llora por sus hijos muertos y que lleva por título “Canada Mourning (Luto de Cánada)”.




         La última visita fue a la necrópolis nacional de Nuestra Señora de Loreto, situada en la colina del mismo nombre que entre octubre de 1914 y octubre de 1915 fue escenario de violentos combates en los que murieron alrededor de 100.000 hombres de cada ejército contendiente.



         Allí se alzaba una pequeña capilla del siglo XVIII que fue completamente destruida. Después de la guerra “las lágrimas de las mujeres de Francia” y el apoyo del obispo de la diócesis hicieron posible la construcción de un nuevo templo, en torno al cual se extiende el mayor cementerio militar francés, de 25 hectáreas de extensión, en el que reposan los restos de cerca de 45.000 combatientes, 20.000 de ellos en tumbas individuales y el resto en ocho fosas comunes.




         Frente al santuario fue construido un faro, inaugurado el 2 de agosto de 1925, que lanza sus destellos por la noche y en cuyo interior existe una cripta conteniendo, entre otros los cuerpos de un soldado desconocido de la II Guerra Mundial; otro de las campañas del Norte de África; otro de la guerra de Indochina y un relicario con cenizas de los campos de concentración. No pudimos visitarlo, dado que la necrópolis estaba ya cerrada cuando llegamos.





         Sí pudimos recorrer el llamado “Anillo de la Memoria”, levantado al lado del cementerio con motivo del I Centenario de la guerra. Se da la circunstancia de que fue proyectado por el arquitecto Philippe Prost que estuvo presente en la reunión de Arras, donde presentó una comunicación sobre ejemplos de reconversión de los bienes declarados por la UNESCO.



         De forma circular y con un perímetro de 345 metros este monumento tiene inscritos los nombres de 600.000 soldados fallecidos durante la guerra, de todas las nacionalidades y dispuestos por orden alfabético. Como ejemplo de ello nos indicaron que el primero es un soldado nacido en Nepal y el último que figura es un alemán. El monumento fue inaugurado por el Presidente François Hollande el 11 de noviembre de 2014.



         La palabra “Paz” grabada en todos los idiomas acoge al visitante, como expresión del deseo de que lo que allí se puede contemplar sirva como revulsivo para impedir que se repita. De igual forma, nos unimos a la plegaria del monolito antes reproducido en la que se pide a Nuestra Señora de Loreto protección para nuestros hogares y nuestras patrias. La necesitamos hoy más que nunca.

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